La transición energética ha avanzado de forma lenta y constante en los últimos cinco años, pero la pandemia del COVID-19 ha cambiado el escenario. Los precios de los combustibles fósiles han caído y los mercados requieren de una colaboración global para hacer frente a la crisis económica. ¿La recuperación acelerará el ritmo de la transición? ¿Qué países están mejor preparados para afrontarla?
La Tierra se está sobrecalentando. De acuerdo con los datos de la Nasa, en 2020 la temperatura media fue de 1,02 ºC más elevada respecto al período 1950-1980. El calentamiento global, además de provocar la fusión de los glaciares y la subida del nivel del mar, provoca otros cambios climáticos como la desertificación y el aumento de fenómenos extremos como por ejemplo huracanes, inundaciones e incendios: la alteración del clima podría causar daños incalculables.
¿Qué es la transición energética?
Uno de los asuntos centrales de la Agenda 2030 apremia a la descarbonización de la economía mundial. La transición es el único camino a seguir si queremos conseguir el objetivo más ambicioso de los que marca el Acuerdo de París: limitar la temperatura del planeta a 1’5 °C por encima de los valores preindustriales, para lo que según indicó el IPCC, se pueda lograr la neutralidad en carbono en 2050.
Pero, ¿Qué implica esta transformación? Una transición energética eficaz es una transición oportuna hacia un sistema energético más inclusivo, sostenible, asequible y seguro que proporciona soluciones a los desafíos mundiales relacionados con la energía, al tiempo que crea valor para las empresas y la sociedad.
No, no es proceso sencillo. No, tampoco será rápido. Pero es fundamental, que todos los países tengan una visión y unos objetivos a largo plazo, que les permitan obtener un equilibrio entre el desarrollo económico, el acceso a la energía y la sostenibilidad medioambiental.
Los científicos coinciden en achacar la responsabilidad de este cambio a las emisiones antrópicas de gases de efecto invernadero en la atmósfera, en particular, a partir de la Revolución Industrial. El principal de estos gases, el dióxido de carbono, procede en gran parte del sector energético, (que también incluye a la generación de electricidad, pero no solamente a esta).
En diciembre de 2015, a raíz de la COP21 de París, se firmó un acuerdo internacional que establecía el objetivo de mantener, antes de finales de este siglo, el calentamiento global por debajo de 2 grados respecto a los niveles preindustriales, y de ser posible limitarlo a 1,5 grados. La COP26 de Glasgow, que tuvo lugar en noviembre de 2021, ratificó el compromiso de lograr la llamada Carbon Neutrality para 2050.
Para alcanzar este objetivo, la herramienta principal es la transición energética, o sea, cambiar de un sistema energético radicado en los combustibles fósiles a uno de bajas emisiones o sin emisiones de carbono, basado en las fuentes renovables. Una gran contribución a la descarbonización proviene de la electrificación de los consumos, reemplazando la electricidad producida a partir de fuentes fósiles por la generada por fuentes renovables, que hace más limpios otros sectores, como el transporte, como así también de la digitalización de las redes, que mejora la eficiencia energética.
Dónde estamos y hacia dónde vamos
La transformación del sistema energético durante la última década, aunque más lenta de lo necesario, no ha tenido precedentes. Sin embargo, todo lo conseguido hasta ahora corre el peligro de perderse debido a las consecuencias económicas y sociales que está teniendo la crisis del COVID-19. Aun así, no son pocas las voces que aseguran que la transición, más que hundirnos, puede ser el salvavidas que nos saque a flote.
La crisis ha forzado lo impensable. La sociedad ha tenido que renunciar a valiosos bienes y libertades para abordar colectivamente el brote global. El único beneficiado de toda esta crisis ha sido el planeta. Y puede que incluso siga beneficiándose mientras nos recuperamos de la misma. El esfuerzo por revivir la economía mundial después de la pandemia se está orientando hacia políticas de crecimiento sostenible, como es el caso de Europa y el Green Deal.
Países mejor y peor preparados
odavía queda mucho camino por recorrer, pero la transición energética ya está en marcha. De acuerdo con el Foro Económico Mundial, 94 países han mejorado su puntuación en el Índice de Transición Energética (ETI) desde 2015, lo que representa al 70% de la población mundial.
Esto quiere decir que cada vez son más los gobiernos que se unen al movimiento verde y apuestan por las energías renovables.
Los resultados del informe de 2020 revelan que:
- Suecia lidera la tabla de clasificación por tercer año consecutivo año, seguido de Suiza y Finlandia.
- Los únicos representantes del G20 en el top 10 son Francia y Reino Unido. De hecho, los diez primeros puestos llevan seis años ocupados prácticamente por los mismos países.
Se trata de naciones que cuentan con una sólida hoja de ruta de transición energética. Y es que los parámetros clave que se tienen en cuenta en el ETI son la sostenibilidad ambiental, el acceso a capital y la inversión en nuevas infraestructuras energéticas y el compromiso político con la transición.
Por otro lado, el informe asegura que los países que se enfrentan a mayores retos a la hora de emprender la transición energética son:
- Los exportadores de petróleo –entre los que se encuentran Nigeria, Mozambique o Venezuela.
- Los que dependen sobremanera del carbón, como Sudáfrica o Mongolia.
Sin embargo, hay buenas noticias. La brecha entre quienes se encuentran en los puestos altos de la lista y el resto de países parece estar disminuyendo. Una señal de que comienza a existir un consenso mundial sobre cómo llevar a cabo esta transformación.
El informe del Foro Económico Mundial concluye que la transición puede ser la oportunidad para hacer frente a las consecuencias económicas y sociales de la crisis del COVID-19. Aplicar estímulos económicos a áreas como la modernización de la infraestructura energética, la investigación y el desarrollo del capital humano pueden generar un crecimiento económico sostenible a largo plazo.
Es necesario un esfuerzo por parte de todos los países para trabajar en equipo y conseguir un sistema energético mundial que sea estable, sostenible y asequible. Apostar por la transición es primordial para cuidar el planeta y mitigar los efectos del cambio climático.